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Autorretrato

Mi infancia son recuerdos en un barrio del Estado de México. Las tardes constaban de andar en bici, cruzar el río de aguas negras que atravesaba la colonia, salir con mi pandilla de puras niñas y un niño al que solo invitábamos porque tenía balón de fut, correr entre las vías del tren. Perdí a un compañero de clase en esas vías. Eran infancias duras las de muchos, pero no lo sabíamos. Un niño nunca sabe que es infeliz. Yo siempre supe lo afortunada que era, y convivir con otras realidades me permitió tener muy presente que hay gente bastante más desafortunada que yo. No elegimos dónde nacemos, pero sí nuestro trato hacia otros y a uno mismo.

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Me crie en la iglesia cristiana, en la que fui y he sido muy feliz. Mi cerebro siempre fue el único que sufría, pero las personas que conocí, junto con las cosas que aprendí y viví ahí permanecen valiosas. Separar mi fe de la institución ha sido un proceso largo que sigue en marcha. Aun así, mi adolescencia fue en la iglesia. Y fue hermosa en todos los sentidos. Despedirme del barrio donde crecí es un momento que vale destacar. Mi situación cambió drásticamente. Nuestra economía derivó en un aglomerado familiar. Cinco personas coexistiendo en una misma habitación. Esta cuarentena pandémica no es nada después de ese año de entrenamiento y desprendimiento del espacio personal. De cualquier forma, me las arreglé para desarrollar problemas alimenticios y una que otra rebeldía. También logré entender que mis problemas nunca iban a ser mayores que los de mis padres y comencé a desarrollar la admiración y el respeto que hoy les tengo.

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Diez años ya de esa versión. Pero importantes para la versión actual: “Chinos atómicos” según la recurrente referencia a los pelos en mi cabeza; tez morena, lienzo tanto del sol, con la serie de bronceados semi-deslavados, como de la vida, con un desfile de cicatrices que cuentan desde los descuidos más estúpidos hasta las aventuras más insólitas; estatura promedio para los mexicanos, enana para el resto del mundo; sonrisa simpática y acolmillada; “nariz de pellizco”, diría mamá; hermana de dos; amiga de muchos; amante de uno; pies de plomo en cuanto a relaciones; sangre caliente; mente fría; corazón de pollo; sincera de palabra y abundante de conversación, cambiante de ánimo; incómoda de preguntas; curiosa por naturaleza; preocupada por mi falta de preocupación; controladora y descontrolada; miedosa de decisión; valiente por convicción; tardada de planes; impulsiva de actos; terca como mula; amante del caos y con la ilógica responsabilidad por solucionarlo, eventualmente perteneciente a él; irracionalmente racional; necia de fe; dependiente de Dios; dependiente de nadie; adversaria de la estructura; rutinaria por costumbre; citadina con alma de costa; deseosa de nuevos comienzos; añorante en el proceso; intranquila en cualquier sitio; pianista por vocación, necedad y quizás maldición; inspirada al diez por ciento; sufrida al noventa; artista de ideas;  frustrada de academias; escritora por salud mental; aprendiz en éste último.

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