En medio de una pandemia, conceder una entrevista presenta un reto más para la ocupada pianista Edith Ruiz, a quien la situación actual ha dejado con 200 videos y tareas para calificar cada semana y el desafío de adaptar todas sus clases de licenciatura y posgrado al formato digital. Aun así, se las arregla para llenarlas del dinamismo y la exigencia que la caracterizan como maestra. Yo pude disfrutar y sufrir sus clases durante un año hace algunos semestres. Nunca fue de tener tiempo libre y mucho menos ahora, pero, amablemente se abrió un espacio para su vieja alumna y sustituimos lo que, en su momento, hubiera sido una cafetería, por una sesión gratuita de zoom.
Y así, con audífonos, taza de café en mano y en algún cómodo rincón de su casa en Satélite, Edith comenzó a contarme sus inicios en la música. “Mi mamá es actuaria, y mi papá es ingeniero mecánico electricista. No había formación musical, pero siempre hubo música. Mi madre escuchó la op.94 de la radio toda su vida. Por lo mismo, nosotros también la escuchábamos; todo el día, a todas horas.” Ambos cantan en el coro de la iglesia metodista, a la que asisten y, según ellos, la pequeña Edith se asomaba de la cuna o carriola en la que estuviera presenciando el ensayo y movía las manos fascinada por lo que estaba sucediendo. Era mejor llevarla, viendo lo mucho que lo disfrutaba, que encargarla con su abuelita.
La historia de Edith es un caso más de talento musical infantil. De cuando el piano llama a una persona, y se pertenecen toda la vida. Si la iniciativa fue de ella o de sus padres, no lo recuerda, pero lo que ellos aseguran es que a los cuatro años su hija pidió clases de música, por lo que emprendieron la búsqueda de maestros y escuelas cercanas a donde vivían. Afortunadamente, la escuela “Doremi” de la austriaca Érika Kubacsek estaba a tan solo unas cuadras de casa y, a pesar de la temprana edad de la pequeña, la maestra accedió a recibirla como alumna.
-Está muy chiquita y yo necesito que sepan leer para tocar un instrumento como el piano.
-Pero ella sabe leer.
- Pues, haremos el intento.
“Era estricta, y mi madre también. Así que se combinaron para hacerme sacar lo mejor de mí en el piano. Fue ella quien realmente me formó, pues estudie muchísimos años con ella. Esas bases que me dio fueron las que me permitieron aprovechar más la educación profesional que tuve después.”
A través del juego, aprendió todas las teorías y prácticas musicales como el solfeo y la armonía.
“Mis padres me apoyaron incondicionalmente y compraron un piano vertical que me acompañó casi hasta terminar la carrera”.
Como a los 12 años, como ya dominaba el piano, comenzó a aprender violín. Pero, después de tres años de intento, no le gustó y, al tiempo que comenzó a estudiar en la Facultad de música de la UNAM (entonces Escuela Nacional de Música), lo dejó por completo.
“El que siguió con el violín fue mi hermano Adolfo, el menor. Ambos de hecho tocaban y de ahí salieron mis primeros ensambles: cuando nos poníamos a jugar y experimentar juntos.”
-A ver, ¡ponle cascabeles!
-Ahora intenta con esto- y tocaba algún ejemplo melódico en el piano para que ellos lo repitieran.
Así describe algunas escenas recurrentes de su infancia.
“Para mí la música es un acto colectivo. Me fascina lo que se puede lograr estando con más personas, por eso nunca me metí tanto como solista. El trabajo como solista llegó por su cuenta, pero no hay nada que disfrute más que hacer música en conjunto”.
En realidad, para ella la música siempre se realizó en compañía. Creció en la iglesia metodista, a la que aún asiste, donde es directora del coro desde hace 25 años, y en donde pudo practicar la mayor parte de su vida, a lado de la congregación. La música litúrgica tiene tantas vertientes que le presentó la oportunidad perfecta para experimentar, cometer errores, practicar y enfrentar miedos. Los repertorios varían desde lo más antiguo hasta lo más moderno, permitiéndole acercarse a la lectura de cifrados, corales, reducciones e improvisaciones simples de diferentes tipos.
“¡Claro que se improvisa! En los himnos se canta la misma tonada varias veces, pero con diferentes letras, que es muy bonito, solo que, como músico, a la tercera repetición estás viendo que te inventas para no aburrirte.”
La lectura a primera vista es de sus habilidades más sobresalientes, y es conocida en el medio por ser de las pocas personas a quien se puede llamar en una emergencia o, como ella les llama, en “los bomberazos”. Alguna vez la maestra de piano Eva del Carmen me contó de cuando un alumno suyo había pasado a la final del concurso interno de piano de la Facultad. Contrató pianista acompañante, pagó los ensayos, y, un día antes de la presentación, el pianista canceló. “Buscamos desesperados, hasta que nos mandaron con ella”, recordaba. Edith dio una hojeada a las partituras y les dijo, “Ese concierto lo toqué alguna vez, hace mucho, pero lo recuerdo; déjame la partitura y mañana nos vemos una hora antes del concurso.“
Eva contaba sorprendida, "Nos presentamos al día siguiente, ensayaron una hora, pasaron a tocar, y ganó el concurso. Como si no hubiera pasado el mínimo inconveniente.”
También en esa habilidad influyó la iglesia: “La lectura a primera vista era mi pan de cada domingo.” Estando en el coro infantil desde los 12 años, en cuanto supieron que tocaba el piano, la mandaron al piano y, al no ser repertorio que se pondría a estudiar por separado, ya que tenía el suyo encima. Muchas veces se sentaba a leer la música ahí mismo. Tocar y cantar. Cantar y dirigir. Dirigir y tocar. A la edad de quince años tuvo que mezclar esas habilidades siendo que también la pusieron a cargo del coro infantil.
“Fue mi primer acercamiento a la enseñanza. Dirigir es enseñar. Y desde los diecisiete años comencé a dar clases particulares. Todo lo que practiqué en la iglesia me ha llevado a los lugares en los que ahora estoy. La maestría la escogí como resultado de todas estas experiencias.”
De alguna forma, la música formaba parte de su vida diaria y le había demostrado que ya podía ganar dinero con ella. Fue durante la escuela secundaria que comenzó a pensar en la música como una opción profesional. La biología le gustaba, casi tanto como escribir, o leer, o los idiomas. Aportar a la sociedad también le parecía importante, incluso se planteó dedicarse a la filantropía y aventurarse con cualquiera de esas organizaciones que llevan ayuda a los lugares más recónditos de la tierra. Eventualmente se dio cuenta de que siempre lo supo; de que todas esas opciones siempre fueron secundarias y que ayudar era más bien una visión con la que debía vivir, haciendo lo que mejor sabía hacer.
“Fue algo natural. La consecuencia de algo que ya venía haciendo por tantos años.”
El apoyo de sus padres no fue un factor determinante para la decisión y decidió hacer examen a las dos mejores instituciones musicales del país, y como era de esperar, fue admitida en ambas.
- ¿La UNAM o el Conservatorio?
- La UNAM es mejor.
-Lo dices porque das clases ahí.
-No solo por eso, la UNAM es la UNAM. La máxima casa de estudios de México. Además, si después te quieres cambiar, ya estas dentro. En el conservatorio, si te quieres cambiar debes empezar otra vez.
-Pero la UNAM queda más lejos.
-Pues vemos cómo te llevamos.
“Y lo hizo, mi madre me llevó y me trajo todo el primer año. A mis pobres hermanos los traía en el taxi también.”
Pronto descubrieron que no era viable y junto con sus tíos le compraron su primer coche: un Tsuru.
- ¡Ahí te ves, mija! ¡Ahora serás la niña del coche!
“Siempre he tenido que adaptarme a las circunstancias. Desde que iba a la preparatoria y hacía el propedéutico al mismo tiempo. De Satélite a Polanco, de Polanco a Coyoacán y de regreso a Satélite. ¿Y ahora tengo que pasar todos mis cursos y evaluaciones al formato digital? Pues si se tiene que hacer, se hace.”
No solo se adapta, también sabe organizarse. Y Edith ha aprendido a hacerlo de diferentes maneras con cada uno de los embrollos en los que se ha metido.
“Durante el prope, si algún maestro llegaba a faltar, yo aprovechaba y corría a la biblioteca para hacer tareas de la prepa. Es cosa de usar cada huequito. Claro, la vida social se sacrifica un poco ¿no?” Se ríe.
Desde el primer año, entró al coro de la Universidad con el maestro José Antonio Ávila. En una ocasión faltó el pianista, y ella, después de tanta práctica que tenía por el coro de su iglesia, se ofreció a suplirlo el pianista.
“Nunca se volvió a aparecer el pianista y así me quedé ahí seis años. Pero fue un lugar que me sirvió mucho en las relaciones públicas. Me llevaron de aquí para allá y tocamos en tantos espacios que los directores de… la sinfónica… la Ofunam…todos me ubicaban perfectamente. Aun así, a mi maestro nunca le gustó.”
Luis Mayagoitia fue su profesor de piano durante el propedéutico y gran parte de la carrera.
-Eres un talento desperdiciado- decía, - perdiendo el tiempo en tocar todo menos tu repertorio solista.
“Al final me vi en la necesidad de cambiar de maestro justo el último año de la carrera. Ese fue un periodo difícil porque técnicamente perdí un año entre la búsqueda y la adaptación.”
El maestro Jesús María Figueroa la recibió con gusto, pero con nuevas exigencias. Curiosamente, a pesar de lo difícil que es la carrera de un músico, el ambiente y todo lo que implica, Edith nunca titubeó sobre estar en el lugar correcto.
“Obviamente hay momentos difíciles, pero nunca lo suficientemente como para tirar la toalla. Ese fue uno de ellos. Con todo el repertorio que me pedía para poder titularme, yo regresaba a casa llorando pensando cómo iba a hacer.”
Otro momento destacado fue durante la maestría en Cleveland, pues desde que llegó tuvo que toparse con el imponente nivel de la que es casa de una de las mejores orquestas en el mundo, y, por tanto, una de las academias más competitivas. Su maestra, Anne Epperson, era extremadamente exigente. Edith siempre fue una alumna sobresaliente en México. La medalla Gabino Barreda de su generación, la más solicitada para acompañar a sus compañeros, la que ganaba los concursos, la que todos los maestros reconocían. Salió del país y cuando estuvo ahí constató que “la chica estrella” de un lado puede pasar a ser “la media” de otro.
“Recuerdo que había días en los que caminaba por los pasillos, y de escuchar lo que tocaban, me entraba un pensamiento de - ¿En verdad podré hacerlo? - Mis dudas nunca fueron sobre estar haciendo lo que más me gusta o no, sino sobre si tendría o no la capacidad para hacer lo que más me gusta. Ese momento en el que piensas dos veces todo lo que tiene que pasar para que puedas ingresar a ese mundo y te repreguntes si lo vas a lograr.”
-Terminas lo que empiezas. - Le decían sus padres desde muy niña.
Y ese es su mayor hábito y maldición, pero reconoce que es la razón por la que siempre se propuso persistir hasta en lo más difícil.
“Me quedó a tal grado que soy de las personas que terminan un libro incluso si no les gustó.”
Finalmente, consiguió graduarse como la mejor estudiante de su especialidad, obteniendo la presea “Gwendolyn Koldovsky” en el año 2000. Aunque el nivel que encontró en Cleveland era superior, agradece la educación que la UNAM le dio y opina que no es culpa de las universidades que en México el nivel no sea equivalente al de otros países, sino que es producto de una mentalidad que permite que se desaprovechen las oportunidades ofrecidas, sean muchas o pocas. “Eso es enseñado desde casa. Se enseña: o a frustrarte o a tirar para arriba”.
“La UNAM es buena para el que es bueno. Se basa mucho en la responsabilidad del alumno y qué tanto busca lo que no se le da, o aprovecha lo que sí. Tiene muchas oportunidades, pero debes tomarlas. Nadie te va a dar nada en la boca.”
Mientras decía esto, fue como regresar al C-32. Un salón con cuatro pianos, dos alumnos en cada uno y Edith Ruiz sentada sobre el escritorio. Nunca nos regañaba, pero hacía pausas en cada clase para resaltar la mediocridad en la que podemos llegar a caer como estudiantes si no aprovechamos las oportunidades que la Universidad ofrece y estudiábamos únicamente lo mínimo requerido. Nos invitaba a expandir nuestro horizonte musical e inspiraba a que nos diéramos cuenta de que todo depende de nosotros más que de afuera. Le importaba mucho que lo entendiéramos, y expresaba decepción al saber que tardaríamos en hacerlo.
“Es de las cosas que guardo con mucho cariño. Cuando un alumno, del nivel que sea, logra entender algo. Puedes verlo en sus ojos. Sobre todo, en niños pequeños es muy claro ese momento en el que saben que han logrado lo que pensaron que no lograrían. Siempre revive mi corazón al saber que algo que yo dije pudo aportar a la formación de otra persona.”
Ella confiesa que nunca imaginó que fuera tan fuerte la carga docente en su vida, pero admite que, junto con los viajes (otra cosa que disfruta), enseñar ha sido de lo más satisfactorio que ha hecho. Adicional a su puesto de tiempo completo como profesora de la UNAM, en 2007 creó, en asociación con su hermano, una escuela de música en Satélite llamada “Arte Cúbico” donde a la fecha da clases de piano e introducción a la música.
“Justo parte de poder llevar una vida como la que yo llevo, es saber admitir lo que sabes y lo que no sabes. Con la escuela, mi hermano se encarga de toda la parte administrativa. Él estudió administración de empresas y yo no. Con el tiempo entendí que hay cosas que puede hacer alguien más: delegar. Por lo mismo, hace tiempo que contraté una asistente. Siempre hay que tener curiosidad por aprender de todo, manteniéndote actualizado, pero no puedes aprenderlo todo ni hacerlo todo. Si así fuera, yo me la pasaría estudiando. ¡Me encanta aprender! Hasta ando buscando que más posgrados hacer.”
Cabe mencionar que Edith cuenta con una maestría de pianista acompañante y un doctorado en educación musical obtenido en el 2018.
Para Edith enseñar es aportar a que la sociedad sea mejor. Pero también está convencida de que la música es capaz de transformarnos de muchas otras maneras y agradece poder usarla para ayudar también en diferentes áreas. A través de la música ha podido recaudar fondos y gestionar o llevar a cabo diferentes programas sociales. Al finalizar la carrera, fue galardonada con la medalla “Gustavo Baz Prada” por su labor de conciertos didácticos en la Sierra de Guerrero y en escuelas, asilos y reclusorios. Ahora, con la situación del Covid-19, es bien sabido lo mal que la han pasado muchas familias por la falta de trabajo y suministros. El encierro se ha convertido en un privilegio y Edith ha aprovechado ese privilegio al organizar, junto con su hermano, un concierto para recaudar fondos y comprar despensas para las familias más afectadas.
“Mi mayor pasión se resumiría a eso: Hacer lo más que se pueda por ayudar al prójimo.”
Junto con su esposo, siempre ha buscado apoyar a los menos privilegiados. Por varios años, tuvieron el proyecto de visitar una etnia llamada Xi úi en la sierra de San Luis Potosí. Se llegaba en auto hasta cierto punto y caminaban el resto del trayecto por terracería. Llevaron brigadas médicas y gestionaron ante el gobierno el suministro de agua potable y electricidad.
“Dormíamos entre pulgas y piojos, pero me encantaba ir. Ahora me he ocupado de otros asuntos y solo puedo apoyar económicamente, pero me encantaría volver.”
No todo se dio así de la noche a la mañana. Ha sido en los últimos 10 años que todas sus fases se combinaron. Pero cada cosa llegó por separado. En el caso de la figura que tiene como representante de la música contemporánea latinoamericana y especialmente mexicana, Edith relata que fue una sorpresa más. Ella ha sido pianista de Onix ensamble desde su fundación en 1997. Este proyecto mezcla música electrónica, clásica y folklórica y trata de abarcar el mayor número de géneros posibles, dando una experiencia musical que combina medios audiovisuales y crea ambientes diferentes en cada concierto.
“La música contemporánea me costó. Sobre todo, entenderla. Expandir mis oídos. Fue de las fases más inesperadas. Ni siquiera me atraía.”
En 1996 se tituló grabando música para piano de compositores mexicanos universitarios entre los años 1990 y 1996. Sin embargo, sus intenciones no eran enfocarse en la música nueva, en realidad “solo quería tocar lo que mis compañeros estaban creando y hacer música con ellos.” Finalmente, la fueron llamando para proyectos similares y, sin darse cuenta, lleva ya 12 años ejecutando música contemporánea.
El ambiente musical puede ser hostil, y siendo mujer en un mundo que todavía llega a ser en su mayoría de hombres, puede hacerlo aún más. Edith se considera afortunada de que sus experiencias se reduzcan a comentarios y pequeñas oposiciones y agradece que jamás llegaran a limitarla profesionalmente.
-Bueno, pero, ¿piensa tener hijos?
“Fue lo primero que me preguntaron en la entrevista del doctorado. Me pregunto si eso se lo preguntan a todos o solo a nosotras.-¿Que le importa eso?, pregúnteme quien soy y qué haré con este doctorado- Pensaba."
Comenta que en varias ocasiones se ha encontrado en medio de discusiones en las que sabe que la otra persona la consideraba menor por ser mujer. Tras su reciente nominación al Grammy con el álbum solista “Árboles de Vidrio” fue evidente la envidia de algunos colegas que no compartían su éxito.
“Desgraciadamente nos acostumbramos a eso como mujeres, pero finalmente, a las pruebas me remito. No metiéndome en discusiones, sino demostrando que puedo; y mucho.”
Es una mujer que sirve de ejemplo y que ha abierto camino, facilitándolo de alguna manera, a muchas más que buscamos introducirnos en el medio. Ella está infinitamente agradecida por la familia que Dios le dio, por dedicarse a la música, y, sobre todo, por escoger el camino que escogió dentro de ella. Se siente orgullosa de haber ignorado los comentarios y oposiciones a las que se enfrentó no solo al tomar la decisión, sino cada vez que la apoyaba. Comparte que tiene futuros proyectos, que, sorprendentemente, incluyen parar un poco, tomar un año sabático en la Universidad y retomar planes que tenía, pero había tenido que pausar.
“Curiosamente, después de la nominación todos me preguntan qué seguía. La verdad no lo sé, y ahora menos, con lo mucho que ha cambiado el panorama. Tenía planeado viajar, dar conferencias, clases maestras, conciertos etc. Hasta tenía la ruta. Y sé que podré hacerlo en su tiempo, pero por ahora sé que debo aprovechar la oportunidad de descansar antes del siguiente paso. Y eso también me emociona.”
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